jueves, 6 de noviembre de 2008

2. Primeros pasos.

Llovía.

Era la primera vez que esto sucedía en Namarah en varios años. No era un aguacero torrencial, aunque si lo suficiente para embarrar las polvorientas calles. Era uno de los inconvenientes de vivir en el desierto y algo que cualquier habitante de aquella ciudad sabía.

Pero aquel día no era únicamente especial por el clima. Había algo más.

Esa mañana Hakim había celebrado su decimosegundo cumpleaños, y ahora se dirigía junto a su padre hacia academia militar. El joven mostraba una sonrisa de nerviosismo en su rostro ante la perspectiva de un cambio tan importante en su, hasta ahora, breve existencia. Todos los varones de su familia habían pasado por esta experiencia desde hacía generaciones, y aunque Brahim había olvidado mucho de lo aprendido allí debido a su acomodada vida burguesa, no podía obviar el hecho de que la espartana forma de vida que se llevaba en la academia había forjado su carácter, y haría lo mismo por su hijo.

-Hoy es un gran día, Hakim.- le dijo sonriente- Hoy conocerás los salones donde se forjo la leyenda de tu abuelo.

Sharif, el padre de Brahim, había sido, al igual que él, mercader durante una gran parte de su vida, pero antes de ello había servido en las filas del ejército, defendiendo las fronteras de Halshara de los ataques de reinos vecinos. Y, de algún modo, había logrado destacar lo suficiente sobre el resto de sus compañeros como para que sus hazañas fueran reconocidas por el propio Califa.

-¿El abuelo también estuvo aquí?

Brahim dirigió una mirada nostálgica hacia las puertas de la academia, de las que ahora se encontraban a unos escasos veinte metros.

-Sí, al igual que todos los hombres de nuestra familia desde hace muchas generaciones.

Realmente, la relación de su familia con la academia se perdía en las nieblas del tiempo, teniendo que remontarnos a la fundación de la academia en Namarah para encontrar su origen.

-¡Vaya!- Exclamo ilusionado Hakim.

Las puertas del patio de armas se abrieron a una señal de los guardias para permitirles el paso. Tras estas, una gran extensión de terreno cubierto de diversos obstáculos y herramientas de entrenamiento para los jóvenes soldados flanqueaban el camino hacia las puertas del edificio principal, más similar a una fortificación que a una escuela. Ante tan grandiosa visión el joven solo pudo observarla en toda su magnitud, boquiabierto.

-Impresionante, ¿no es cierto?

Ante ellos se encontraba un hombre que portaba una lustrosa armadura cuyas trabajadas inscripciones lo acreditaban como capitán y un alfanje envainado colgando de la cintura. Era alto y fornido y hablaba con seguridad, aunque su voz se difuminaba del mismo modo que sus rasgos debido al yelmo.

-S…sí…- Respondió tímidamente el futuro soldado, mientras se escondía ligeramente tras su padre.

El capitán se quito lentamente el yelmo, mostrándose como un hombre de edad similar a la de Brahim, de piel oscura y cabello y ojos aún más oscuros.

-¿Tu hijo?- Preguntó sonriente.

Brahim reconoció de inmediato al hombre, y ambos se fundieron en un abrazo. Hacía tanto tiempo que no se veían que ni siquiera recordaba la última vez.

-¡Ayman!- Se aparto y lo observo de arriba abajo, clavando sus ojos en cada fino detalle de la armadura.- Veo que la vida te ha tratado bien. Si, este es mi hijo, Hakim.- Dijo, orgulloso.

Ayman se acerco al hijo de su viejo amigo y le sonrió afablemente, al tiempo que depositaba una de sus manos sobre su cabeza y lo despeinaba con suavidad.

-Tranquilo chico, aquí no comemos niños, los convertimos en hombres a los que nadie pueda comerse.

Esa frase resonaría en la mente de Hakim durante toda su instrucción, y aun mucho después, en esas noches en que el temporal se negaba a arreciar.

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