lunes, 10 de noviembre de 2008

4. La herramienta adecuada.

Habían pasado apenas un par de semanas desde la primera ocasión en que Hakim había empuñado un arma con su mano izquierda cuando, durante una lección teórica sobre infiltración, Ayman hizo acto de presencia de nuevo. Atravesó el umbral, cruzo el salón de conferencias y se dirigió a Ahmed, el maestro de tácticas que en aquel momento se encontraba en la tarima, explicando las estrategias empleadas en una escaramuza acaecida en la frontera norte durante la guerra.

-¿Sucede algo?- Preguntó el profesor, con gesto más de molestia que de interés. Ayman sonrió.

Cualquier alumno de segundo año o superior sabía que entre ambos existía una enemistad basada en las rencillas que iban surgiendo debido a su distinto concepto de la enseñanza.

-Nada importante, tan solo vengo a llevarme uno de tus alumnos.

-¡¿Qué?!

-Tengo el permiso de la dirección.- Esto último vino acompañado de un tono de voz tranquilo, casi apático.- Así que creo que no hay mucho que discutir.

Al mismo tiempo que decía esto, le tendía a Ahmed un documento que acreditaba sus palabras. Ahmed murmuró algo para sus adentros mientras leía el pergamino.

-No se para que quieres a Hakim, pero puedes llevártelo.- Refunfuñó.

El joven no comprendía muy bien lo que sucedía, pero acompaño al viejo camarada de su padre sin hacer preguntas. Abandonaron la sala de conferencias y se dirigieron a las plantas superiores. Cuando llegaron a una de las galerías, Ayman le hizo un gesto para que se detuviese.

-¿He hecho algo incorrecto?- Pregunto un tanto nervioso, aunque intentando disimularlo.

-En absoluto. De hecho,- sonrió afablemente- podría decirse que se trata de todo lo contrario.

Hakim se encogió de hombros, sin entender a lo que refería el maestro.

-Te he estado observando. Eres ágil y rápido, virtudes que te pueden convertir en un gran batidor, pero eres más que eso. Tienes algo que el resto de tus compañeros no. Tu espíritu combativo es el de un guerrero, y yo puedo enseñarte a emplearlo adecuadamente, pero me temo que si aceptas, tendremos que entrenar fuera del horario de instrucción. Tuya es la decisión, solo tú puedes saber si serás capaz de soportar ambos entrenamientos.

Hakim meditó un instante. Realmente, era la primera vez que lo trataban como un adulto y la sensación no le desagradaba. Tras unos segundos, asintió y sonrió.

-Así me gusta.- Ayman le frotó la cabeza, despeinándolo.- Empezaremos hoy tras el entrenamiento de la tarde.

Varias horas después, Ayman y Hakim se reunieron en el patio de armas. Ayman, consciente del plan de adiestramiento de Rashid, había llevado consigo algo de carne ahumada para que el chico repusiera fuerzas. Hakim devoró aquella improvisada merienda con agrado, tras lo cual el instructor comenzó con su primera lección.

-Veamos, chico. Vamos a empezar por el principio. Todo oficio tiene sus herramientas, para cada trabajo hay una herramienta adecuada. En nuestro caso, las armas son nuestras herramientas, y la adecuada es aquella que mejor se adapte a nuestro estilo de lucha.

-Entiendo. Por eso Rashid nos ha enseñado que las mejores armas para un batidor son las ligeras y maniobrables, como la espada corta que usamos en el adiestramiento.

Ayman meditó un instante. Tras ello respondió.

-Me temo, Hakim, que en esta ocasión no estoy del todo de acuerdo con Rashid. Cierto es que tu arma nunca debe imponerte restricciones a la hora de llevar a cabo otras acciones que no sean combatir, pero ha de ser la forma natural con la que se mueve un combatiente la que defina su arma.

Su joven pupilo lo observó con gesto confuso.

-Creo que no lo entiendo.

El instructor sonrió con amabilidad. Tenía ante sí un alumno de primer año, y por mucho que le pareciera brillante todavía le quedaba mucho camino que recorrer.

-Sencillo. Te lo explicaré con un ejemplo. Tú y yo tenemos un estilo similar, empleamos rotaciones y giros para darle mayor potencia y velocidad al golpe. Ambos podemos sacar mayor partido de las armas cuya mayor baza sea el corte, sobre todo si estas son curvas.

-¿Cómo tu alfanje?

-Si, como mi alfanje.- Se dirigió a un armero y cuando se volvió de nuevo hacía Hakim, portaba en sus manos una cimitarra envainada.- Pero creo que a ti te irá mejor algo un poco más pequeño.

Hakim tomo la cimitarra en sus manos, la desenvainó y tanteó su peso antes de descargar un par de golpes al aire con ella.

Ambos sonrieron y asintieron con conformidad.

viernes, 7 de noviembre de 2008

3. Creciendo.

¿Cuánto puede cambiar la perspectiva del mundo de un niño en solo unos meses?

La academia era un lugar duro, y que esta dureza fuese necesaria no convertía el hecho en menos cruel. Había pasado medio año desde el examen de acceso en el que habían evaluado sus habilidades, y a partir de ese instante Hakim no recordaba un solo día en que no se hubiera acostado con el cuerpo dolorido por el estricto régimen de entrenamiento.

Sus examinadores habían considerado (con muy buen criterio, como se demostraría más adelante) que su lugar se encontraba en la unidad de batidores, un cuerpo militar del que el ejército halshar se sentía especialmente orgulloso.

Como batidor, su objetivo sería convertirse en la vanguardia de las tropas, identificando a través de la sutileza y el subterfugio los objetivos relevantes que posteriormente serian atacados por las unidades más predispuestas al combate. Por supuesto, también serian entrenados en combate, tanto próximo como a larga distancia, pero asumiendo sus “necesidades especiales”.

Obviamente, las habilidades que un batidor debía desarrollar chocaban frontalmente con la posibilidad de utilizar armadura pesada o escudo, que no harían si no entorpecer sus movimientos y volverlo menos discreto, lo cual convertía su adiestramiento al respecto del combate, sobre todo en cortas distancias, un tanto peculiar.

Durante aquellos meses, Hakim había oído una y otra vez que la unidad de batidores era el orgullo del ejército de Halshara, y que por tanto, deberían invertir hasta su último aliento para que esto continuase siendo así. Para ello, habían comenzado un adiestramiento según el cual la velocidad y la destreza se imponían a la fuerza y resistencia.

“Si eres más rápido que tu enemigo, no podrá golpearte. Si sabes golpear en el lugar correcto, no necesitaras golpear con fuerza.”

Armas y armaduras ligeras se volvieron su pareja de baile en aquellos tiempos, pero algo no iba bien. Hakim era ágil, tal vez el mejor al respecto en esa promoción, se movía rápidamente y con seguridad, pero cuando llegaba el momento de emplear las armas, parecía que su habilidad con las mismas no estaba al mismo nivel que el resto de sus capacidades, cosa que crispaba sobremanera a su instructor. No es que fuese malo, de hecho era lo bastante bueno para derrotar a la mitad de su promoción, pero podía ser mucho mejor.

-¡Esa espada debería apuntar un palmo más arriba!- Aquel grito perseguía al joven de forma casi permanente, y normalmente bastaba para desconcentrarlo lo suficiente como para que el filo romo de una espada de entrenamiento se estrellase en uno de sus costados.

Mientras tanto, Ayman había ido siguiendo los progresos del hijo de su viejo compañero. Igual que Rashid, su instructor, opinaba que el joven podía hacer mayores logros de los que demostraba, pero intuía que había una razón para su estancamiento. Y como instructor de la unidad de guerreros, estaba seguro de su creencia.

Un día, durante el entrenamiento de la mañana, Ayman hizo acto de presencia en la zona del patio de armas destinado a los batidores.

-¡Ayman! ¿Qué te trae por aquí?

-Por supuesto no tu fea cara, Rashid.- Bromeó Ayman, con la vista clavada en Hakim.- Es uno de tus chicos.

-¿Uno de mis chicos?- El experto batidor siguió la mirada del recién llegado con interés.- Ah, Hakim. Es hijo de uno de tus compañeros de promoción, si no me equivoco.

-Cierto, pero creo que hay algo que no sabes de él.- Ayman sonrió como solía hacer cuando tenía información privilegiada.

-¿Y qué es?- En el rostro de Rashid era evidente la curiosidad que Ayman le había despertado.

Sin decir más, Ayman se acercó al joven y le pidió que le entregase su espada. Tras recibirla, se alejó de él unos diez pasos.

-¡Cógela!- Dijo al tiempo que la lanzaba en su dirección, aunque ligeramente desviada hacia la derecha de Hakim.

En un movimiento ágil y armonioso, el aprendiz de batidor atrapó la espada por la empuñadura sin el más mínimo percance, aún cuando su maniobra fue más compleja de lo que Rashid esperaba, pues la mano en la que portaba ahora su arma era la izquierda.

-Lo que no sabías de él es que es zurdo.- Sentenció Ayman con una sonrisa cínica.

jueves, 6 de noviembre de 2008

2. Primeros pasos.

Llovía.

Era la primera vez que esto sucedía en Namarah en varios años. No era un aguacero torrencial, aunque si lo suficiente para embarrar las polvorientas calles. Era uno de los inconvenientes de vivir en el desierto y algo que cualquier habitante de aquella ciudad sabía.

Pero aquel día no era únicamente especial por el clima. Había algo más.

Esa mañana Hakim había celebrado su decimosegundo cumpleaños, y ahora se dirigía junto a su padre hacia academia militar. El joven mostraba una sonrisa de nerviosismo en su rostro ante la perspectiva de un cambio tan importante en su, hasta ahora, breve existencia. Todos los varones de su familia habían pasado por esta experiencia desde hacía generaciones, y aunque Brahim había olvidado mucho de lo aprendido allí debido a su acomodada vida burguesa, no podía obviar el hecho de que la espartana forma de vida que se llevaba en la academia había forjado su carácter, y haría lo mismo por su hijo.

-Hoy es un gran día, Hakim.- le dijo sonriente- Hoy conocerás los salones donde se forjo la leyenda de tu abuelo.

Sharif, el padre de Brahim, había sido, al igual que él, mercader durante una gran parte de su vida, pero antes de ello había servido en las filas del ejército, defendiendo las fronteras de Halshara de los ataques de reinos vecinos. Y, de algún modo, había logrado destacar lo suficiente sobre el resto de sus compañeros como para que sus hazañas fueran reconocidas por el propio Califa.

-¿El abuelo también estuvo aquí?

Brahim dirigió una mirada nostálgica hacia las puertas de la academia, de las que ahora se encontraban a unos escasos veinte metros.

-Sí, al igual que todos los hombres de nuestra familia desde hace muchas generaciones.

Realmente, la relación de su familia con la academia se perdía en las nieblas del tiempo, teniendo que remontarnos a la fundación de la academia en Namarah para encontrar su origen.

-¡Vaya!- Exclamo ilusionado Hakim.

Las puertas del patio de armas se abrieron a una señal de los guardias para permitirles el paso. Tras estas, una gran extensión de terreno cubierto de diversos obstáculos y herramientas de entrenamiento para los jóvenes soldados flanqueaban el camino hacia las puertas del edificio principal, más similar a una fortificación que a una escuela. Ante tan grandiosa visión el joven solo pudo observarla en toda su magnitud, boquiabierto.

-Impresionante, ¿no es cierto?

Ante ellos se encontraba un hombre que portaba una lustrosa armadura cuyas trabajadas inscripciones lo acreditaban como capitán y un alfanje envainado colgando de la cintura. Era alto y fornido y hablaba con seguridad, aunque su voz se difuminaba del mismo modo que sus rasgos debido al yelmo.

-S…sí…- Respondió tímidamente el futuro soldado, mientras se escondía ligeramente tras su padre.

El capitán se quito lentamente el yelmo, mostrándose como un hombre de edad similar a la de Brahim, de piel oscura y cabello y ojos aún más oscuros.

-¿Tu hijo?- Preguntó sonriente.

Brahim reconoció de inmediato al hombre, y ambos se fundieron en un abrazo. Hacía tanto tiempo que no se veían que ni siquiera recordaba la última vez.

-¡Ayman!- Se aparto y lo observo de arriba abajo, clavando sus ojos en cada fino detalle de la armadura.- Veo que la vida te ha tratado bien. Si, este es mi hijo, Hakim.- Dijo, orgulloso.

Ayman se acerco al hijo de su viejo amigo y le sonrió afablemente, al tiempo que depositaba una de sus manos sobre su cabeza y lo despeinaba con suavidad.

-Tranquilo chico, aquí no comemos niños, los convertimos en hombres a los que nadie pueda comerse.

Esa frase resonaría en la mente de Hakim durante toda su instrucción, y aun mucho después, en esas noches en que el temporal se negaba a arreciar.

1. Principios.

-Tienes suerte Brahim, tienes una gran familia con la que compartir tu riqueza. Tu mujer se conserva joven y hermosa, aún cuando ya te ha dado tres hijos encantadores.

El mercader sonrió ante la afirmación, mientras seguía con la mirada las evoluciones de sus hijos a lo largo del jardín interior. Hakim, su único descendiente varón, se descolgaba cabeza abajo desde la copa de uno de los arboles, extendiendo su mano para ayudar a la pequeña Nadira a trepar por el tronco. Mientras tanto, Dalila, haciendo uso de la escasa autoridad que le otorgaba ser la primogénita, les ordenaba que bajasen imitando el tono de voz de su madre.

-No puedo contradecirte, Hares. Reconozco que el Morador del horizonte me ha concedido un buen camino a recorrer.

-Supongo que es difícil no tener fe cuando los hados te sonríen.- Respondió el herbolario.

Brahim asintió.

-¿Has pensado ya en su futuro?

El patriarca se quedo pensativo durante unos instantes, aunque no pudo evitar sonreír cuando vio como su esposa cruzaba una de las puertas del patio interior.

-¿El de los niños?

-¿De quién si no?- Hares sonrió amablemente.

-Sí, supongo que sí. Dalila es la más responsable de los tres. Ella llevará las cuentas cuando yo no esté. Hakim…

-¿De qué habláis?- Fátima había llegado ya a la mesa, y se disponía a sentarse.

-Del futuro de nuestros hijos.- Respondió con un gesto orgulloso Brahim.

Fátima sonrió visiblemente. Estaba orgullosa de su progenie y era algo que se volvía obvio cuando se pasaba horas observando cómo jugaban, sin hacer nada más.

-Como iba diciendo, Hakim sería un buen marino. Es valiente, hábil y tiene iniciativa.

Los tres adultos observaron sonrientes las evoluciones de Hakim por las ramas del árbol, mientras ayudaba a su hermana pequeña a seguirlo.

-¿Y Nadira?- Consultó el herbolario.

-Esa es una buena pregunta. Me preocupa que tome tanto ejemplo de su hermano, podría querer seguir sus pasos.

-Esa no es vida para una dama.- Intervino Fátima.